25
de marzo: triple celebración
En la fecha coinciden tres
hechos importantes: la Anunciación del Señor, el Día del Niño por Nacer
(Decreto 1406/98), y los 25 años de la encíclica de Juan Pablo II Evangelium Vitae. Como acaba de expresar
Mons. Aguer: “La fecha «redonda» invita a retomar ese texto fundamental, más
que oportuno sobre todo en la circunstancia crucial que enfrenta la Argentina”
(Infocatólica, 11-3-20).
En efecto, la posibilidad de
que el Congreso sancione la legalización del aborto, nos debe impulsar a los
creyentes a incrementar las acciones destinadas a esclarecer el tema en
discusión y a defender la vida, en todos los ámbitos.
La encíclica mencionada
desarrolla –en 4 capítulos y 105 párrafos-, el valor y el carácter inviolable
de la vida humana. La dignidad de la vida puede ser conocida por la razón
humana en sus aspectos esenciales. Reiterando lo que afirmó la Declaración
sobre el aborto provocado de 1974, la encíclica confirma que está
científicamente demostrado que «con la fecundación se inicia la aventura de una
vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse
y poder actuar». Y, citando también la instrucción de la Congregación para la
doctrina de la fe, de 1987, recuerda que las
mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen una
indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde
este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser
persona humana?
Stefano Fontana, director
del Observatorio Van Thuan, destaca que Evangelium vitae amplió el alcance de
la Doctrina Social católica, al establecer una fuerte relación entre ella y la bioética. Un
punto de encuentro es la doctrina de los principios no negociables; el Papa
Benedicto XVI los expresó en forma detallada, siendo Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe -en la Nota Doctrinal referida a la
política-, y los resumió, después, en la Encíclica Sacramentum Caritatis (p.
83). El primero de ellos es:
- el respeto y la defensa de la vida humana,
desde su concepción hasta su fin natural.
Fontana también alerta sobre
la estrategia incorrecta con que se defiende
la vida, desde el catolicismo y por las mismas autoridades eclesiásticas. Se
hace hincapié en los aspectos correctos de una ley injusta, se pide que
reconozca la objeción de conciencia, y no se impulsa a los fieles a movilizarse para derogarla.
(V. Observatorio Van Thuan, N.1066 Boletín |
02/14/2020)
*****
Decreto
1406/98
Declárase el día 25 de marzo
de cada año como "Día del Niño por Nacer"
Bs. As., 7/12/98
B.O.: 10/12/98
VISTO el artículo 75,
incisos 22 y 23, de la Constitución Nacional, y
CONSIDERANDO:
Que se estima conveniente
que el Día del Niño por Nacer se celebre el 25 de marzo de cada año, fecha en
que la Cristiandad celebra la Anunciación a la Virgen María, en virtud de que
el nacimiento más celebrado en el mundo por cristianos y no cristianos es el
del Niño Jesús cuyo momento de concepción coincide con dicha fecha.
Que también en ese día se
conmemora el Aniversario de la Encíclica Evangelium Vitae, que el Papa Juan
Pablo II ha destinado a todos los hombres de buena voluntad.
Que el presente acto se
dicta en ejercicio de las facultades conferidas por el artículo 99, inciso 1,
de la Constitución Nacional.
Por ello,
EL PRESIDENTE DE LA NACION
ARGENTINA
DECRETA:
Artículo 1° - Declárase el día 25 de marzo de cada año
como "Día del Niño por Nacer".
Art. 2° - Encomiéndase al
señor Secretario de Culto de la Presidencia de la Nación, al señor Embajador de
la República ante la Santa Sede y al señor Asesor Presidencial para la
Protección de los Derechos de la Persona por Nacer, la organización de los
eventos destinados a la difusión y celebración del "Día del Niño por
Nacer" el próximo 25 de marzo de 1999.
Art. 3° - Comuníquese,
publíquese, dése a la Dirección Nacional del Registro Oficial y archívese. -
MENEM. - Guido Di Tella.
*****
CARTA
ENCÍCLICA EVANGELIUM VITAE
Textos
seleccionados
*Todo hombre abierto
sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres,
con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a
descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15) el valor
sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el
derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo.
En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la
misma comunidad política. (2)
*(en la actualidad) se va
delineando y consolidando una nueva situación cultural, (…) amplios sectores de
la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los
derechos de la libertad individual, y sobre este presupuesto pretenden no sólo
la impunidad, sino incluso la autorización por parte del Estado, con el fin de
practicarlos con absoluta libertad y además con la intervención gratuita de las
estructuras sanitarias. (4)
El hecho de que las
legislaciones de muchos países, alejándose tal vez de los mismos principios
fundamentales de sus Constituciones, hayan consentido no penar o incluso
reconocer la plena legitimidad de estas prácticas contra la vida es, al mismo
tiempo, un síntoma preocupante y causa no marginal de un grave deterioro moral.
Opciones, antes consideradas unánimemente como delictivas y rechazadas por el
común sentido moral, llegan a ser poco a poco socialmente respetables.
*Para facilitar la difusión
del aborto, se han invertido y se siguen invirtiendo ingentes sumas destinadas
a la obtención de productos farmacéuticos, que hacen posible la muerte del feto
en el seno materno, sin necesidad de recurrir a la ayuda del médico.
Se afirma con frecuencia que
la anticoncepción, segura y asequible a todos, es el remedio más eficaz contra
el aborto. Se acusa además a la Iglesia católica de favorecer de hecho el
aborto al continuar obstinadamente enseñando la ilicitud moral de la anticoncepción.
Es cierto que anticoncepción
y aborto, desde el punto de vista moral, son males específicamente distintos:
la primera contradice la verdad plena del acto sexual como expresión propia del
amor conyugal, el segundo destruye la vida de un ser humano; la anticoncepción
se opone a la virtud de la castidad matrimonial, el aborto se opone a la virtud
de la justicia y viola directamente el precepto divino « no matarás ». (13)
*También las distintas
técnicas de reproducción artificial, que parecerían puestas al servicio de la
vida y que son practicadas no pocas veces con esta intención, en realidad dan
pie a nuevos atentados contra la vida. Más allá del hecho de que son moralmente
inaceptables desde el momento en que separan la procreación del contexto integralmente
humano del acto conyugal, 14 estas técnicas registran altos porcentajes de
fracaso. Este afecta no tanto a la fecundación como al desarrollo posterior del
embrión, expuesto al riesgo de muerte por lo general en brevísimo tiempo.
Además, se producen con frecuencia embriones en número superior al necesario
para su implantación en el seno de la mujer, y estos así llamados « embriones
supernumerarios » son posteriormente suprimidos o utilizados para
investigaciones que, bajo el pretexto del progreso científico o médico, reducen
en realidad la vida humana a simple « material biológico » del que se puede
disponer libremente.
Siguiendo esta misma lógica,
se ha llegado a negar los cuidados ordinarios más elementales, y hasta la
alimentación, a niños nacidos con graves deficiencias o enfermedades. Además,
el panorama actual resulta aún más desconcertante debido a las propuestas,
hechas en varios lugares, de legitimar, en la misma línea del derecho al
aborto, incluso el infanticidio, retornando así a una época de barbarie que se
creía superada para siempre. (14)
* Amenazas no menos graves
afectan también a los enfermos incurables y a los terminales, en un contexto
social y cultural que, haciendo más difícil afrontar y soportar el sufrimiento,
agudiza la tentación de resolver el problema del sufrimiento eliminándolo en su
raíz, anticipando la muerte al momento considerado como más oportuno.
Encontramos una trágica
expresión de todo esto en la difusión de la eutanasia, encubierta y
subrepticia, practicada abiertamente o incluso legalizada. Esta, más que por
una presunta piedad ante el dolor del paciente, es justificada a veces por
razones utilitarias, de cara a evitar gastos innecesarios demasiado costosos
para la sociedad. Se propone así la eliminación de los recién nacidos
malformados, de los minusválidos graves, de los impedidos, de los ancianos,
sobre todo si no son autosuficientes, y de los enfermos terminales. No nos es
lícito callar ante otras formas más engañosas, pero no menos graves o reales,
de eutanasia. Estas podrían producirse cuando, por ejemplo, para aumentar la
disponibilidad de órganos para trasplante, se procede a la extracción de los
órganos sin respetar los criterios objetivos y adecuados que certifican la
muerte del donante. (15)
*Otro fenómeno actual, en el
que confluyen frecuentemente amenazas y atentados contra la vida, es el
demográfico.
La anticoncepción, la
esterilización y el aborto están ciertamente entre las causas que contribuyen a
crear situaciones de fuerte descenso de la natalidad. Puede ser fácil la
tentación de recurrir también a los mismos métodos y atentados contra la vida
en las situaciones de « explosión demográfica ».
El antiguo Faraón, viendo
como una pesadilla la presencia y aumento de los hijos de Israel, los sometió a
toda forma de opresión y ordenó que fueran asesinados todos los recién nacidos
varones de las mujeres hebreas (cf. Ex 1, 7-22). Del mismo modo se comportan
hoy no pocos poderosos de la tierra. Estos consideran también como una
pesadilla el crecimiento demográfico actual y temen que los pueblos más
prolíficos y más pobres representen una amenaza para el bienestar y la
tranquilidad de sus Países. Por consiguiente, antes que querer afrontar y
resolver estos graves problemas respetando la dignidad de las personas y de las
familias, y el derecho inviolable de todo hombre a la vida, prefieren promover
e imponer por cualquier medio una masiva planificación de los nacimientos. Las
mismas ayudas económicas, que estarían dispuestos a dar, se condicionan
injustamente a la aceptación de una política antinatalista. (16)
*La humanidad de hoy nos
ofrece un espectáculo verdaderamente alarmante (…) Más allá de las intenciones,
que pueden ser diversas y presentar tal vez aspectos convincentes incluso en
nombre de la solidaridad, estamos en realidad ante una objetiva « conjura
contra la vida », que ve implicadas incluso a Instituciones internacionales,
dedicadas a alentar y programar auténticas campañas de difusión de la
anticoncepción, la esterilización y el aborto. (17)
*El panorama descrito debe
considerarse atendiendo no sólo a los fenómenos de muerte que lo caracterizan,
sino también a las múltiples causas que lo determinan.
Está también en el plano
cultural, social y político, donde presenta su aspecto más subversivo e inquietante
en la tendencia, cada vez más frecuente, a interpretar estos delitos contra la
vida como legítimas expresiones de la libertad individual, que deben
reconocerse y ser protegidas como verdaderos y propios derechos.
De este modo se produce un
cambio de trágicas consecuencias en el largo proceso histórico, que después de
descubrir la idea de los « derechos humanos » —como derechos inherentes a cada
persona y previos a toda Constitución y legislación de los Estados— incurre hoy
en una sorprendente contradicción: justo en una época en la que se proclaman
solemnemente los derechos inviolables de la persona y se afirma públicamente el
valor de la vida, el derecho mismo a la vida queda prácticamente negado y
conculcado, en particular en los momentos más emblemáticos de la existencia,
como son el nacimiento y la muerte. (18)
*A otro nivel, el origen de
la contradicción entre la solemne afirmación de los derechos del hombre y su
trágica negación en la práctica, está en un concepto de libertad que exalta de
modo absoluto al individuo, y no lo dispone a la solidaridad, a la plena
acogida y al servicio del otro. Si es cierto que, a veces, la eliminación de la
vida naciente o terminal se enmascara también bajo una forma malentendida de
altruismo y piedad humana, no se puede negar que semejante cultura de muerte,
en su conjunto, manifiesta una visión de la libertad muy individualista, que
acaba por ser la libertad de los « más fuertes » contra los débiles destinados
a sucumbir.
Hay un aspecto aún más
profundo que acentuar: la libertad reniega de sí misma, se autodestruye y se
dispone a la eliminación del otro cuando no reconoce ni respeta su vínculo
constitutivo con la verdad. Cada vez que la libertad, queriendo emanciparse de
cualquier tradición y autoridad, se cierra a las evidencias primarias de una
verdad objetiva y común, fundamento de la vida personal y social, la persona
acaba por asumir como única e indiscutible referencia para sus propias
decisiones no ya la verdad sobre el bien o el mal, sino sólo su opinión
subjetiva y mudable o, incluso, su interés egoísta y su capricho. (19)
*Con esta concepción de la
libertad, la convivencia social se deteriora profundamente.
Es lo que de hecho sucede
también en el ámbito más propiamente político o estatal: el derecho originario
e inalienable a la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un
voto parlamentario o de la voluntad de una parte —aunque sea mayoritaria— de la
población. Es el resultado nefasto de un relativismo que predomina
incontrovertible: el « derecho » deja de ser tal porque no está ya fundamentado
sólidamente en la inviolable dignidad de la persona, sino que queda sometido a
la voluntad del más fuerte. De este modo la democracia, a pesar de sus reglas,
va por un camino de totalitarismo fundamental. El Estado deja de ser la « casa
común » donde todos pueden vivir según los principios de igualdad fundamental,
y se transforma en Estado tirano, que presume de poder disponer de la vida de
los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en
nombre de una utilidad pública que no es otra cosa, en realidad, que el interés
de algunos. Parece que todo acontece en el más firme respeto de la legalidad,
al menos cuando las leyes que permiten el aborto o la eutanasia son votadas según
las, así llamadas, reglas democráticas. Pero en realidad estamos sólo ante una
trágica apariencia de legalidad, donde el ideal democrático, que es
verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda persona humana,
es traicionado en sus mismas bases (20)
*El eclipse del sentido de
Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que
proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Se manifiesta
también aquí la perenne validez de lo que escribió el Apóstol: « Como no
tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a
su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene » (Rm 1, 28). Así, los
valores del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es
la consecución del propio bienestar material. La llamada « calidad de vida » se
interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo
desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más
profundas —relacionales, espirituales y religiosas— de la existencia.
La procreación se convierte
entonces en el « enemigo » a evitar en la práctica de la sexualidad. Cuando se
acepta, es sólo porque manifiesta el propio deseo, o incluso la propia
voluntad, de tener un hijo « a toda costa », y no, en cambio, por expresar la
total acogida del otro y, por tanto, la apertura a la riqueza de vida de la que
el hijo es portador. (23)
*Algunos intentan justificar
el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto
número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana personal. En
realidad, « desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una
nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser
humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha
sido desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética moderna otorga
una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra
fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con
sus características ya bien determinadas. Con la fecundación inicia la aventura
de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse
y poder actuar ». Aunque la presencia de un alma espiritual no puede deducirse
de la observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la
ciencia sobre el embrión humano ofrecen « una indicación preciosa para
discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de la
vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana? ».
(CDF, Donun vitae, 1987)
(60)
*(El Código de Derecho
Canónico) sanciona que « quien procura el aborto, si éste se produce, incurre
en excomunión latae sententiae », es decir, automática (can. 1450) La
excomunión afecta a todos los que cometen este delito conociendo la pena,
incluidos también aquellos cómplices sin cuya cooperación el delito no se
hubiera producido.
Por tanto, con la autoridad
que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los
Obispos (…) declaro que el aborto
directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral
grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. (62)
*La misma condena moral
concierne también al procedimiento que utiliza los embriones y fetos humanos
todavía vivos —a veces « producidos » expresamente para este fin mediante la
fecundación in vitro— sea como « material biológico » para ser utilizado, sea
como abastecedores de órganos o tejidos para trasplantar en el tratamiento de
algunas enfermedades. En verdad, la eliminación de criaturas humanas inocentes,
aun cuando beneficie a otras, constituye un acto absolutamente inaceptable.
(63)
*En el otro extremo de la
existencia, el hombre se encuentra ante el misterio de la muerte. Hoy, debido a
los progresos de la medicina y en un contexto cultural con frecuencia cerrado a
la trascendencia, la experiencia de la muerte se presenta con algunas
características nuevas. En efecto, cuando prevalece la tendencia a apreciar la
vida sólo en la medida en que da placer y bienestar, el sufrimiento aparece
como una amenaza insoportable, de la que es preciso librarse a toda costa. La
muerte, considerada « absurda » cuando interrumpe por sorpresa una vida todavía
abierta a un futuro rico de posibles experiencias interesantes, se convierte
por el contrario en una « liberación reivindicada » cuando se considera que la
existencia carece ya de sentido por estar sumergida en el dolor e inexorablemente
condenada a un sufrimiento posterior más agudo. (64)
*Por eutanasia en sentido
verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión que por su
naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier
dolor. « La eutanasia se sitúa, pues, en el nivel de las intenciones o de los
métodos usados ».
De ella debe distinguirse la
decisión de renunciar al llamado « ensañamiento terapéutico », o sea, ciertas
intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real del enfermo, por ser
desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar o, bien, por ser
demasiado gravosas para él o su familia.
En estas situaciones, cuando
la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia « renunciar a
unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa
de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al
enfermo en casos similares ».
La renuncia a medios
extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia;
expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte. (nunca
privar de alimentación e hidratación)
En este contexto aparece,
entre otros, el problema de la licitud del recurso a los diversos tipos de
analgésicos y sedantes para aliviar el dolor del enfermo, cuando esto comporta
el riesgo de acortarle la vida.
Ya Pío XII afirmó que es
lícito suprimir el dolor por medio de narcóticos, a pesar de tener como
consecuencia limitar la conciencia y abreviar la vida, « si no hay otros medios
y si, en tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes
religiosos y morales ». Sin embargo, « no es lícito privar al moribundo de la
conciencia propia sin grave motivo
Hechas estas distinciones,
confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto
eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana.
Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del
suicidio o del homicidio. (65)
*Las opiniones más radicales
llegan a sostener que, en una sociedad moderna y pluralista, se debería
reconocer a cada persona una plena autonomía para disponer de su propia vida y
de la vida de quien aún no ha nacido. En efecto, no correspondería a la ley
elegir entre las diversas opciones morales y, menos aún, pretender imponer una
opción particular en detrimento de las demás. (68)
*La raíz común de todas estas
tendencias es el relativismo ético que caracteriza muchos aspectos de la
cultura contemporánea. No falta quien considera este relativismo como una
condición de la democracia, ya que sólo él garantizaría la tolerancia, el
respeto recíproco entre las personas y la adhesión a las decisiones de la
mayoría, mientras que las normas morales, consideradas objetivas y vinculantes,
llevarían al autoritarismo y a la intolerancia.
En realidad, la democracia
no puede mitificarse convirtiéndola en un sustitutivo de la moralidad o en una
panacea de la inmoralidad. Fundamentalmente, es un « ordenamiento » y, como
tal, un instrumento y no un fin. Su carácter « moral » no es automático, sino
que depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro
comportamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los
fines que persigue y de los medios de que se sirve. Si hoy se percibe un
consenso casi universal sobre el valor de la democracia, esto se considera un
positivo « signo de los tiempos », como también el Magisterio de la Iglesia ha
puesto de relieve varias veces. Pero el
valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna y
promueve: fundamentales e imprescindibles son ciertamente la dignidad de cada
persona humana, el respeto de sus derechos inviolables e inalienables, así como
considerar el « bien común » como fin y criterio regulador de la vida política.
En la base de estos valores
no pueden estar provisionales y volubles « mayorías » de opinión, sino sólo el
reconocimiento de una ley moral objetiva que, en cuanto « ley natural »
inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma
ley civil. Si, por una trágica ofuscación de la conciencia colectiva, el
escepticismo llegara a poner en duda hasta los principios fundamentales de la
ley moral, el mismo ordenamiento democrático se tambalearía en sus fundamentos,
reduciéndose a un puro mecanismo de regulación empírica de intereses diversos y
contrapuestos.
Alguien podría pensar que
semejante función, a falta de algo mejor, es también válida para los fines de
la paz social. Aun reconociendo un cierto aspecto de verdad en esta valoración,
es difícil no ver cómo, sin una base moral objetiva, ni siquiera la democracia
puede asegurar una paz estable, tanto más que la paz no fundamentada sobre los
valores de la dignidad humana y de la solidaridad entre todos los hombres, es a
menudo ilusoria. En efecto, en los mismos regímenes participativos la
regulación de los intereses se produce con frecuencia en beneficio de los más
fuertes, que tienen mayor capacidad para maniobrar no sólo las palancas del
poder, sino incluso la formación del consenso. En una situación así, la
democracia se convierte fácilmente en una palabra vacía. (70)
*Así pues, el aborto y la
eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar. Leyes
de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por
el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas
mediante la objeción de conciencia. Desde los orígenes de la Iglesia, la
predicación apostólica inculcó a los cristianos el deber de obedecer a las autoridades
públicas legítimamente constituidas (cf. Rm 13, 1-7, 1 P 2, 13-14), pero al
mismo tiempo enseñó firmemente que « hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres » (Hch 5, 29).
Es precisamente de la
obediencia a Dios —a quien sólo se debe aquel temor que es reconocimiento de su
absoluta soberanía— de donde nacen la fuerza y el valor para resistir a las
leyes injustas de los hombres.
En el caso pues de una ley
intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto o la eutanasia, nunca
es lícito someterse a ella, « ni participar en una campaña de opinión a favor
de una ley semejante, ni darle el sufragio del propio voto ».
Un problema concreto de
conciencia podría darse en los casos en que un voto parlamentario resultase
determinante para favorecer una ley más restrictiva, es decir, dirigida a
restringir el número de abortos autorizados, como alternativa a otra ley más
permisiva ya en vigor o en fase de votación.
En el caso expuesto, cuando
no sea posible evitar o abrogar completamente una ley abortista, un
parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a
todos, puede lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar
los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la
cultura y de la moralidad pública. En efecto, obrando de este modo no se presta
una colaboración ilícita a una ley injusta; antes bien se realiza un intento
legítimo y obligado de limitar sus aspectos inicuos. (73)
*En virtud de la
participación en la misión real de Cristo, el apoyo y la promoción de la vida
humana deben realizarse mediante el servicio de la caridad, que se manifiesta
en el testimonio personal, en las diversas formas de voluntariado, en la
animación social y en el compromiso político. (67)
* La Iglesia sabe que, en el
contexto de las democracias pluralistas, es difícil realizar una eficaz defensa
legal de la vida por la presencia de fuertes corrientes culturales de diversa
orientación. Sin embargo, movida por la certeza de que la verdad moral encuentra
un eco en la intimidad de cada conciencia, anima a los políticos, comenzando
por los cristianos, a no resignarse y a adoptar aquellas decisiones que,
teniendo en cuenta las posibilidades concretas, lleven a restablecer un orden
justo en la afirmación y promoción del valor de la vida. (90)
*La solidaridad, entendida
como « determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común »,
requiere también ser llevada a cabo mediante formas de participación social y
política. En consecuencia, servir el Evangelio de la vida supone que las
familias, participando especialmente en asociaciones familiares, trabajen para
que las leyes e instituciones del Estado no violen de ningún modo el derecho a
la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, sino que la defiendan y
promuevan. (93)
*Se debe comenzar por la
renovación de la cultura de la vida dentro de las mismas comunidades
cristianas. Muy a menudo los creyentes, incluso quienes participan activamente
en la vida eclesial, caen en una especie de separación entre la fe cristiana y
sus exigencias éticas con respecto a la vida, llegando así al subjetivismo
moral y a ciertos comportamientos inaceptables. (95)
*El primer paso fundamental
para realizar este cambio cultural consiste en la formación de la conciencia
moral sobre el valor inconmensurable e inviolable de toda vida humana. Es de
suma importancia redescubrir el nexo inseparable entre vida y libertad. Son
bienes inseparables: donde se viola uno, el otro acaba también por ser violado.
(96)
*A la formación de la
conciencia está vinculada estrechamente la labor educativa, que ayuda al hombre
a ser cada vez más hombre, lo introduce siempre más profundamente en la verdad,
lo orienta hacia un respeto creciente por la vida, lo forma en las justas
relaciones entre las personas. (97)
*También los intelectuales
pueden hacer mucho en la construcción de una nueva cultura de la vida humana.
Una tarea particular corresponde a los intelectuales católicos, llamados a
estar presentes activamente en los círculos privilegiados de elaboración
cultural, en el mundo de la escuela y de la universidad, en los ambientes de
investigación científica y técnica, en los puntos de creación artística y de la
reflexión humanística. (98)
Texto completo de la encíclica, en: